Segunda Parte

INDICE

4. Mohamed: el Guardián de la Paz
5. Los errores y horrores de la guerra
6. La Libertad y la Paz van juntas de la mano
7. Pepe el Moro entra en escena
8. El Perdón como fuente de paz y libertad
9. Busca tu libertad
10. La voluntad de Mohamed sobre este libro

* * *
4. Mohamed: el Guardián de la Paz

Con frecuencia, subo a la montaña para disfrutar de la Alpujarra. Disfrutar para mí, puede consistir en darme un paseo en silencio por uno de las carreteras poco transitadas de la sierra. Otras veces, sentarme en una roca y deleitarme en silencio de la contemplación en altura de los pueblos y los barrancos. 

Una tarde me ocurrió algo extraordinario. Estaba meditando, sentado en una de estas rocas, con la mente calma, y de pronto apareció un individuo a mi espalda vestido de blanco, a la usanza árabe. Me sorprendí pero no mucho, pues no es la primera vez que topo de bruces con alguien vestido de esta manera. En la Alpujarra puedes encontrar todo tipo de personalidades, de todas las naciones, culturas y religiones. Tan cierto es que hace algún tiempo rebauticé el valle de mi pueblo como “El Valle de Noé”, ya que encuentras en él todo tipo de bichos, aunque quizás hubiera sido más adecuado “Valle de Babel”. Como estaba diciendo, este individuo me saludó y acercándose, se sentó a mi lado. - ¡Vaya confianza! - me dije para mis adentros - ¿Qué andará buscando? 

- Alá sea contigo. Soy Mohamed, el Guardián de la Paz – Dijo haciendo una reverencia con la mano. 

- ¡¿Cómo?! Este tipo, o está zumbao o se quiere quedar conmigo – me dije de nuevo sorprendido de su caradura, al tiempo que me entraron ganas de levantarme y dejarlo allí, sentado. 

- Por favor, no te vayas. No te voy a hacer nada. Sólo quiero hablar. Llevo mucho tiempo sin hablar con nadie. Si no te importa... 

Yo seguía desconfiado e indeciso sin saber qué hacer, pero pude adivinar bastante tranquilidad en su voz, lo que le confería cierta credibilidad y a su vez, me tranquilizaba a mí también; aunque hablaba un poco extraño. Le pregunté: 

- ¿Quién te puso ese nombre? No Mohamed. Ya sé que muchos árabes se llaman Mohamed, como en España sucede con los Josés o Pepes. Me refiero a lo de … 

- ¿Guardián de la Paz? 

- Eso, Guardián de la Paz ¿De qué paz? 

- El Guardián de la Paz de la Alpujarra. Yo cuido, en la medida de mis posibilidades, que no haya conflictos aquí – Dijo eso mientras se llevaba la mano derecha sobre el pecho. 

Definitivamente, este tipo estaba zumbao, pensé, pero me picó tanto la curiosidad por saber más de él y de la historia que había inventado, que no pude evitar empezar a hilar preguntas. 

- ¿De dónde es Usted? – Le pregunté nuevamente. 

- Yo soy de aquí. Nací entre estos valles en un cortijo que ya no existe nada más que en mi recuerdo.

Me extrañó mucho y no supe si creerlo, porque las personas que abrazan el Islam en la comarca llevan pocos años y no conozco a ningún nativo de la Alpujarra. Además, su manera de hablar me recordaba al castellano antiguo. Por un momento pensé que asemejaba uno de esos personajes salidos de un cuento de Washington Irving; se lo hice saber y se sonrió. Luego hubo unos segundos de silencio que me sirvieron para advertir que me encontraba a gusto y dispuesto a seguir interrogando y escuchando a mi nuevo amigo Mohamed, “el Guardián de la Paz”. 

- ¿Qué edad tiene? 

- Sinceramente, no recuerdo, pero así como 500 años, aunque mi aspecto es el que tenía cuando morí, alrededor de los 55. 

Ahora fui yo quien se sonrió y casi no me aguanto la risa. Pensé que me estaba contando un cuento, pero era interesante y divertido. Todos los días no te ocurre una cosa semejante, y de pronto estuve decidido a continuar disfrutando de la anécdota. ¿Por qué no preguntarle más sobre su historia? Además, él parecía deseoso de confesarme todo lo que yo le preguntara. Así que, animado, le interrogué acerca de cómo había llegado hasta allí, y empezó a contarme lo siguiente: 

- Fui morisco, y padecí la Guerra de la Alpujarra. En ella mataron a mi familia. Luego, con la expulsión de mis pocos amigos y familiares que quedaron vivos, yo me negué a hacerlo, y en mi empeño por permanecer aquí me escondí en la sierra durante un tiempo. Había prometido por Alá, que no abandonaría mi tierra, y que mi venganza sería luchar por mil años para lograr su independencia; pero la vida en el monte es muy dura y solitaria, y no tardé en derrumbarme. Así que un día decidí quitarme la vida para no sufrir más. Lo que no sospechaba era que mi forma cobarde de morir y la culpa que me asediaba por el incumplimiento de mi promesa de venganza e independencia, desataría esta maldición que me mantiene aquí todavía. Cuando ya me daba por muerto, me vi de pronto a mi lado para darme cuenta de que estaba vivo y que lo que yacía tendido era sólo mi cuerpo. Entonces vi aparecer un ser resplandeciente que se me acercó y me dijo: 

<<Por mucho tiempo vagarás en la transición más allá del momento en el que encuentres y conozcas el verdadero significado de la libertad que prometiste, y para que no lo olvides te harás llamar “El Guardián de la Paz”>> 

- ¿Paz? ¿Libertad? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? - Me pregunté. Esa misma pregunta me la repetí durante año tras año sin comprender su significado, y cegado por mi obstinación y mi locura, estuve cerrado a cualquier tipo de razonamiento, lo que me hacía enfurecer aún más en mi incomprensión. Así me mantuve vagando por la sierra como un fantasma durante siglos. 

Su historia era realmente original e interesante. Quería escuchar su final y por supuesto, saber qué conexión existía entre paz y libertad, pero por momentos pudo más mi ego, y pensé para mis adentros que me sentiría más listo que él si desmoronaba su farsa, poniendo algún punto de su cuento en entredicho. Rápidamente empecé a buscar una pregunta con este propósito. 

- Vamos a ver - Le dije - Si Ud. es el Guardián de la Paz en la Alpujarra ¿cómo me explica que la gente se matara aquí durante la Guerra Civil? 


* * *


5. Los errores y horrores de la guerra 

Después de aquella pregunta esperé que no supiera qué contestarme. 

- No has entendido – me respondió - Mi penitencia no es guardar la paz de la Alpujarra, aunque “Guardián de la Paz” fue el nombre que el ángel, aquella figura luminiscente que se me apareció al morir, me quiso dar. Entonces no comprendí el significado de este nombre ni lo que el ángel pretendía de mí, y tuvieron que pasar varios siglos hasta que mi obcecación por vengarme y lograr la libertad y la independencia de esta tierra menguaron en mí. Eso ocurrió en la que has llamado la Guerra Civil Española. Asistir de espectador a esa contienda me hizo recapacitar. 

- ¿Sobre qué? – Pregunté un poco frustrado. 

- Sobre mi vida y mi comportamiento. Verás, resulta muy diferente lo que sientes cuando estás inmerso en cuerpo y alma en una guerra como parte de uno de los bandos, a cuando tu participación se reduce a la mera expectación. Desde mi situación de espectador en esta última guerra pude comprender objetivamente y darme cuenta de los errores y horrores que cometieron una y otra vez los dos bandos. Por primera vez pensé en cómo se enciende el ego humano sin dejar lugar a la razón ni a la compasión, y cómo la ira se apodera de nosotros y nos consume en el deseo de venganza. En un momento me vi a mí mismo reflejado y empecé a comprender poco a poco, por qué había llegado a mi situación. 

- ¿Cuál? ¿La de fantasma errante y atormentado? – pregunté con presunción - 

- Sí, esa misma. La vida nos habla por medio de mensajes que cambian de forma, que tenemos que interpretar, pero el contenido del mensaje siempre es el mismo. Cada cual recibe los que le son propicios en tiempo y forma para marcarle su dirección hacia la libertad, pero la mayoría de las veces los ignoramos. 

Yo continuaba escuchando atento, pero incrédulo. 

- Los ángeles y los profetas, por ejemplo, a veces emplean mensajes en forma de parábolas con nosotros, ya que desean que encontremos nuestra libertad, pero nuestro mérito radica en que lo descubramos por nuestros propios medios. Muchos de nosotros la echamos de menos por instinto y sentimos a veces un no sé qué adentro, pero no sabemos qué es. Es nuestro espíritu libre que nos llama sigilosamente deseando que le sigamos. Sólo en casos excepcionales, cuando estamos realmente dispuestos y preparados, recibimos la llamada, la comprendemos y la seguimos resueltamente. 

- ¿Me estás diciendo que en la vida tenemos que aprender el significado de nuestra libertad? 

- ¡Claro! De nada nos serviría venir a este mundo con un guión bajo el brazo y leer el papel que nos toca desempeñar, si no nos lo aprendemos y lo sabemos interpretar una vez que hemos experimentado y nos hemos equivocado unas cuantas veces. Unos aprenden más rápido y otros más lento, como yo. Así, por fin yo comprendí y me di cuenta que, en una guerra, como en la vida terrenal, sólo existen esclavos. 

- ¿Por qué los contendientes de una guerra son todos esclavos? ¿Por qué somos esclavos en la vida? ¿Esclavos de qué? – Hice estas tres preguntas seguidas intrigado por conocer la respuesta. 

- Esclavos de sus propios juicios – Contestó Mohamed - esclavos de sus pensamientos. Los pensamientos son juicios, y en una situación de guerra, bullen desordenados y sin razón. El pensamiento tiene más poder del que imaginas mi querido amigo, pues determina nuestro estado anímico y nuestro comportamiento. 

- Bueno, eso ya lo sabía. Por ahí dicen “así pienses, así serás” 

- Y con mucha razón. Los pensamientos son el fiel reflejo de nuestras creencias, de modo que nuestras creencias determinan lo que pensamos; de lo que resulta al final que sentimos y actuamos conforme creemos. Si creemos estar afligidos, afligidos estaremos; si creemos que alguien es nuestro enemigo, lo odiaremos y lo combatiremos, y así nuestros creencias iniciales se ven todas reforzadas. 

- ¿Y no hay manera de ponerle fin a ese círculo creencia-pensamiento-acción-creencia? 

- Sí la hay. Pero otra de nuestras grandes y equivocadas creencias es la de que no podemos asumir el control de nuestros pensamientos y que por lo tanto, no podemos elegir lo que pensamos. Mientras sigamos creyendo así, así será, pues no realizaremos el esfuerzo por comprobar si esto es cierto. Si nos molestáramos en comprobarlo, averiguaríamos que no estamos sujetos a los vaivenes de nuestras emociones y sus reacciones. No veríamos tantos enemigos por todas partes. Éste sería un gran paso para cada hombre en particular porque dejaría de actuar sin sentido. Así pues, no es necesario llegar a una situación caótica como una guerra para pensar desordenadamente. 

- ¡Ah! ¿No? ¿Entonces cuándo? 

- Pensamos irregularmente a diario de forma inconsciente. Eso nos hace ser personas mediocres en nuestra forma de hablar y de actuar, y nos conduce a otras múltiples pequeñas guerras en nuestra vida cotidiana: una discusión con un familiar o con un compañero, un problema sin solucionar que nos da dolor de cabeza, una creencia que nos hace sentir miedo... 

Yo continuaba callado, masticando poquito a poco todo lo que Mohamed estaba tratando de explicarme. No quería interrumpirle en su discurso. Mohamed continuó: 

- En estos últimos sesenta años, descubrí que no podía guardar la paz de nada ni de nadie si yo mismo no tenía la paz dentro. No puedo evitar que los hombres se peleen y se maten, pero sí me puedo manifestar a los que están predispuestos para contarles mi experiencia y transmitírsela. Eso es lo que estoy haciendo hoy contigo. Cuando anteriormente dije que yo cuido, en la medida de mis posibilidades, que no haya conflictos aquí, me refería más bien a mi corazón, y por eso puse mi mano sobre mi pecho. No sé si te diste cuenta. Aunque también ruego a Alá para que las personas que habitan esta tierra santa que me vio nacer y morir sean pacíficas. 

Me quedé mudo, sin saber qué pensar. Ciertamente parecía muy coherente todo lo que Mohamed me había dicho hasta el momento, pero ahora, para entenderlo bien, necesitaba que concretizara un poco. 


* * *


6. La Libertad y la Paz van juntas de la mano. 

- Entonces, ¿cuál es la relación exacta entre libertad y paz? – intervine. 

- ... exactamente que son lo mismo. La paz hace la libertad y no hay libertad sin paz. En su esencia ambas cosas son lo mismo pero tienen distinto nombre. El ángel que se me apareció al morir, trató de que yo averiguara por mi cuenta el verdadero significado de la libertad antes de liberarme de las cadenas del mundo, porque esa era mi lección pendiente en aquel momento, y me dijo lo que necesitaba en forma de pista que fue mi nombre: “El Guardián de la Paz”. 

- ¡Ah! Ya comprendo. Te estaba dando una pista. 

- Bien. Uno no puede liberarse de sus juicios si no está en paz consigo mismo, pero el estado de paz requiere disciplina y atenta vigilancia. Si quieres tu libertad, tienes que hallar primero la paz dentro de ti, y si quieres hallar la paz dentro de ti, primero tienes que buscarla y cuidar que no la pierdas. Sucede como el que va acumulando un tesoro, si no lo vigilas atentamente, otros te lo pueden arrebatar en un descuido. Así se llega a la paz. Así se llega a ser libre. 

- Esa libertad de la que hablas, - intervine más animado - la libertad de todo juicio, parece ficticia y desde luego anda muy lejos del concepto que el mundo tiene de libertad. La gente valora más la libertad de hacer lo que quiera, de ir y venir, de hablar y criticar todo y a todo el mundo, de sacar defectos y quejarse por todo. Y los hay que hasta matan por conseguir la libertad de su tierra, como sostienen los de ETA. 
MOHAMED Y YO SENTADOS EN LA ROCA 

- No me lo recuerdes – dijo Mohamed -. Yo cometí los mismos crímenes en la Guerra de la Alpujarra. Todos buscamos nuestra libertad según la entendemos, y lo hacemos de la manera que sabemos en cada momento. Todos creemos tener los motivos y la razón en la forma de nuestra búsqueda, y por eso no importa qué medios empleemos para lograrlo. Pero en nuestra inconsciencia podemos causar mucho mal y daño. 

- Ya veo. Hasta ahora me había costado comprender la actitud de mucha gente. Pero es que, como tú dices, perdón, como Uds. dice… 

- No, no te preocupes. Puedes tutearme. 

- Gra…Gracias – continué con más confianza - Decía que es lo que… “tú” dices, que todo el mundo cree tener razón, y la tiene desde su punto de vista, pero carecemos de la capacidad para ponernos en el lugar de los otros y así no hay quien se entienda. 

- Eso es muy cierto, y es uno de los motivos por el que desconocemos el verdadero significado de ser libres. La Libertad es un concepto muy amplio. También desconocemos que ya somos libres cuando nacemos y lo seguimos siendo en cada momento de nuestra vida, y lo seguiríamos siendo por siempre si no fuera porque se produce su oscurecimiento poco a poco conforme nos vamos haciendo mayores y aprendemos a juzgar, primero con sí y no, luego con bueno y malo, y así hasta que llega un día en que no podemos funcionar sin ponerle adjetivo a todas las cosas que hacemos y observamos. Para entonces ya nos hemos vuelto unos esclavos al haber colocado pesados grilletes a nuestra libertad. 

En esos momentos recordé espontáneamente una frase que dijo Cristo y que para transcribir aquí me molesté en buscar más tarde en la Biblia: 

“No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis, y con la medida con que midáis se os medirá.” 

Mateo, 7, 1-2 

Y no pude dejar de pensar que en verdad somos esclavos de nuestros propios juicios, pues somos nosotros mismos quienes nos juzgamos y nos crucificamos con esa gran cantidad de creencias ridículas y absurdas en las que no paramos de pensar minuto tras minuto, día tras día. 

- Entonces, resumiendo, ¿Cómo puedo encontrar la verdadera libertad? – Pregunté buscando una conclusión a tanta palabra - 

- Haciendo la paz dentro de ti. Esto es, haciendo el silencio interior, aceptando las cosas tal como son y sobre todo aprendiendo a comprender, o al menos a aceptar, la actitud de los demás – Contestó Mohamed - 

Hubo un largo rato de mutismo, quizás confirmando la fuerza de las últimas palabras de Mohamed. Fueron dos o tres minutos que parecieron eternos. Y entonces pregunté: 

- ¿Por qué me estás enseñando todo esto? 



* * *


7. Pepe el Moro entra en escena 

¿Había algún motivo por el que Mohamed me estaba enseñando a mí estas cosas o era una simple casualidad? 

Mohamed respondió: 

- Lo hago por propio egoísmo. Verás, sólo lo que se ha enseñado bien tiene garantía de haberse aprendido. Yo no puedo garantizar que tú aprecies y utilices las enseñanzas que te estoy dando, ya que eso depende en gran medida de ti, pero sí puedo ayudarte a que las aprecies más que menos, dependiendo de cómo realice mi tarea sobre ti. En eso se distingue un buen maestro de uno malo, pues el bueno facilita el aprendizaje, despertando el interés de su alumno y el amor por la disciplina que le enseña. Pero es que enseñar conocimientos a otras personas es la única manera que tenemos de arraigarlos dentro de nosotros mismos, pues demuestra nuestro dominio sobre ellos, nuestro aprecio hacia ellos y nuestra voluntad de perpetuarlos en nosotros, haciéndolos en última instancia, parte de nosotros mismos. Así es como me liberaré de mi penitencia.

Una vez más me dejó sorprendido. Entonces se me vino otra pregunta a la cabeza, lejos de la intención deshonesta de aquella primera: 

- ¿Por qué a mí? Me refiero a por qué me has elegido a mí y no a ningún otro. 

- Mi elección no te hace ser más merecedor que cualquier otra persona. Todos somos iguales, sólo que tú estás preparado y abierto a escucharme. De hecho, inconscientemente, has pedido que me manifieste y me haga visible. Cualquier otro me habría ignorado. Pero es que además tú, Pepe, cumples otro requisito que ambos deseábamos. Ya has escrito un libro, tienes cierta experiencia y quieres volver a escribir. Yo también deseo que alguien pueda narrar lo que yo te estoy contando. Me gustaría que tú lo hicieras, ya que yo no puedo. Lo nuestro es la mejor confluencia profesor-alumno. 

Esto último que dijo me sorprendió mucho. Yo no conocía a Mohamed de nada, pero él sabía mi nombre y que ya había escrito antes un libro. La duda se apoderó de mí. ¿Era realmente Mohamed quien decía ser? Me puse a mirar a mi alrededor sospechando que hubiera alguien más escondido, riéndose y gastándome una broma pesada, o una de esas cámaras ocultas grabando mis reacciones, pero no observé nada anormal. ¡No podía creerlo! De pronto pensé que pudiera ser verdad y un escalofrío me traspasó el cuerpo. ¿Estaría hablando con un fantasma? Mohamed interrumpió mis pensamientos justo cuando creí que el pánico se apoderaba de mí. 

- Puedes inventar un personaje ficticio pero actual – Dijo. 

- Qu...Qué? – Pregunté para continuar escuchándolo ensimismado. 

- Que puedes inventar un personaje que se llame Pepe, Pepe el Moro, Pepe como tú, y que sea moro como yo. Expresa sus inquietudes, sus insatisfacciones y quejas. Descríbelo como un personaje rebelde, crítico, molesto, malhablado si es necesario, que exprese lo que siente, y que sea pretencioso, deseoso de lograr la independencia de la Alpujarra. Que sea un individuo que diga cosas que haga sentir ofendidas a ciertas personas, pero sin olvidar revestirlo de cierta gracia, de manera que resulte al final un personaje controvertido pero ridículo. Que esas mismas personas que hayan podido sentirse ofendidas se den cuenta de que sentirse insultadas es otro juicio más que cargan sobre ellas mismas, basado en sus propias interpretaciones. ¿Por qué tienes que sentirte ofendidos por las acciones o palabras de los demás? 

- ¿Cómo? –Dije más tranquilo, metido otra vez en la conversación y entreviendo una posibilidad interesante sobre la que seguir escribiendo - ¿Tengo que permitir que digan de mí todo cuanto quieran sin hacer nada por defenderme? 

- ¿Y por qué no? Mira. Cuando no conoces lo que hacen o dicen de ti a tus espaldas, eso no te altera en absoluto. Esas acciones o palabras no pueden hacerte daño porque aún no las has interpretado, lo que demuestra que no son ellas las que te ofenden sino la traducción que tú mismo haces de ellas una vez que llegan a tu oído. 

- ¿Entonces qué se supone que debo hacer cada vez que tenga conocimiento de que alguien me ha insultado o perjudicado? Es más, ¿Qué se supone que debo hacer cuando alguien me insulte directamente o haga algo que me perjudique? – Pregunté. 

- Tu pregunta ya lleva implícito un juicio y no es bueno responderla. Una pregunta mal efectuada sólo puede ser mal contestada. Me refiero a que estás dando por hecho que ya te están insultando de alguna manera. Más bien empieza por convencerte a ti mismo de que nadie te puede insultar ni hacerte daño, diga lo que diga, haga lo que haga. Sencillamente, cuando alguien te insulte, no le hagas caso, ignóralo. Eso es vivir en un estado que, por llamarlo de alguna manera, lo definiría como de “infinito perdón con todo el mundo”. 

Y al mencionar lo de “infinito perdón” volví a recordar automáticamente otra cita bíblica: 

“Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»” 
Mateo 18, 21-22 

Y pensé si Cristo, al decir setenta veces siete, no se estaría refiriendo, no a perdonar este número de veces, sino a vivir en un estado tal de perdón con el prójimo que nada ni nadie pudiera quebrantar tu paz interior. ¿Qué otro significado podía tener acaso? Cuando se perdona de verdad, se perdona una sola vez. Pero perdonar setenta veces siete sólo podría significar ésto. 

En estos razonamientos me di cuenta de que por segunda vez recordé una frase de los evangelios, y no pude evitar sentir cierto remordimiento al desviar mi atención de las palabras de Mohamed, pues daba por hecho que su fe era islámica. Así que evité hacerle referencia a las palabras de Cristo que había recordado. Pero lo que iba a suceder a continuación me iba a sorprender de nuevo. 

- No tienes por qué sentir ningún remordimiento – Dijo Mohamed. 

- ¿Qué has dicho? – Pregunté. 

- No tienes por qué sentir ningún remordimiento… si estando conmigo desvías tu atención a las palabras de Jesús el Profeta. 



* * *


8. El Perdón como fuente de paz y libertad 

¡Increíble! ¿Estaba Mohamed leyéndome el pensamiento? Antes de que yo entrara en pánico, adivinando mi nerviosismo y queriendo evitar que se encendiera aún más, inteligentemente continuó hablando para desviar mi atención, diciendo: 

“ y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” 
Juan 8, 32 

- ¿Cómo?- pregunté nervioso y aturdido - 

- Lo has oído muy bien. – dijo Mohamed. Y repitió: 

“Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: <<Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.>> Ellos le respondieron: <<Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?>>. Jesús les respondió: <<En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda en casa para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres.” 
Juan 8, 31-36 

Y a continuación añadió: 

- Los pecados a los que se refiere Jesús no son más que nuestros propios juicios, nuestras palabras y acciones erradas inducidos por el engaño de lo que queremos creer y de quienes creemos ser. ¿Recuerdas lo que dije anteriormente sobre la esclavitud de los juicios? Un hombre no puede ser libre si no deja de mentirse a sí mismo. La mejor manera de abandonar la mentira, la ilusión, el error, y por lo tanto, el pecado, es dejar de juzgar; ello incluye cualquier juicio sobre el merecimiento de nuestro propio perdón. Juzgar es renunciar a lo que en verdad somos. Dejar de juzgar o lo que es lo mismo, perdonar, es redescubrirnos a nosotros mismos. Pero no podemos perdonarnos sólo a nosotros si no perdonamos a nuestros hermanos, pues la mayoría de nuestros juicios recaen sobre ellos. 

– Luego… ¿el perdón es la llave? 

- Sí, así es. Así pues, ser libre, estar en paz y perdonar, son todas una misma cosa, así como tú, yo y nuestros hermanos somos todos uno e hijos de un mismo Dios. Al perdonar a nuestros hermanos, nos perdonamos a nosotros mismos, al sabernos perdonados, encontramos la paz dentro de nosotros, y al hacer la paz interior, nos volvemos libres. 

Mohamed mismo no sólo me había recordado una cita bíblica más, sino que además me estaba enseñando una lección magistral. Ante tanta explicación y corroborando aquella frase célebre que dice: “Cuantas más cosas aprendo, más me doy cuenta de lo poco que sé”, no pude evitar que se me empezaran a acumular más interrogantes en la cabeza. 

- Has dicho que cuando perdonemos nos re-descubriremos, y que además todos somos uno, ¿Quiénes somos en realidad? – Continué preguntando. 

- Engañados por nuestros juicios, no somos quienes creemos ser. No somos nuestra personalidad, ni nuestras acciones, ni tan siquiera la imagen que creemos reflejar porque el cuerpo cambia y termina desapareciendo. ¿Pero acaso yo estoy muerto? 

En ese momento se apoderó de mí la necesidad de tocar a Mohamed. Me puse totalmente erizado, con la piel de gallina. Lo miré fijamente y él se me quedó mirando, en silencio, como diciéndome “adelante”. Entonces extendí mi brazo izquierdo para tocarlo y… ¡se lo introduje hasta la muñeca! Santo Tomás se quedó corto con sus dedos pero ambos quedamos igual de perplejos. Mohamed siguió hablando para bajarle intensidad al asunto. 

- Todas estas cosas físicas y cambiantes no son más que los efectos de nuestros pensamientos, los cuales cambian como lo hacen nuestras creencias. Nosotros somos aquella parte que observa en silencio nuestros pensamientos, la cual no cambia y es inmutable. Para comprenderlo mejor, puedes creer que cada uno de nosotros, bueno o malo, es un ángel caído del cielo, buscando cómo regresar a su casa, después de que un primer juicio lo alejó de ella. Una vez envuelto en la ilusión del primer juicio, todos los demás se hacen fáciles. 

Hice una nueva pregunta, todavía como en estado de trance. 

- ¿Q…Quién te enseñó esa cita bíblica? La que me has dictado de carretilla sobre la libertad. 

Y como queriéndose terminar de quedar conmigo, el Guardián de la Paz me respondió: 

- Busca y encontrarás. 


* * *



9. Busca tu libertad 

- ¿Buscar?, ¿Buscar qué? – volví a preguntar. 

Mohamed respondió: 

- Buscar tu libertad. Yo he tenido mucho tiempo para ello, y en las palabras de Cristo encontré el significado de la verdadera libertad. Él fue el mayor libertador que ha conocido la Humanidad. Pero no se puede llegar a ser realmente libre si no haces tuyas sus palabras. 

- ¿Pero tú de qué religión eres? - Pregunté de nuevo intrigado - ¿de la islámica o de la católica? 

- La religión para mí es nuestra propia vida y la manera en que la conducimos, y la mejor manera de culminarla es con nuestra madurez espiritual en un mundo en el que no realizamos distinciones de ninguna clase. En este sentido no soy de ninguna religión, pero soy de todas al mismo tiempo. 

Después de esta última respuesta, no pude evitar sentirme ridículo al recordar mi propia intención de ridiculizar a Mohamed cuando, recién se sentó a mi lado al principio de esta larga conversación, quise dejarlo en evidencia. Con cada una de sus contestaciones me había ido tragando un poco de mi vanidad al darme cuenta de que había estado equivocado en el concepto imaginario que había creado de él, y con la lección aprendida, me dispuse a no lamentarme más por mi equivocación, dejar de juzgarlo, y seguir aprendiendo. Así que volví a la carga con otra nueva pregunta: 

- La libertad se logra con la ausencia de todo juicio. Pero... ¿Cómo se puede dejar de juzgar? 

- Hay muchas maneras de las que te puedes ayudar – Contestó Mohamed - la oración es una, pero también la meditación, la práctica de retiros silenciosos, la proximidad a la naturaleza paseando en un bosque, contemplando el mar o fundiéndote en la inmensidad de una noche estrellada. También es importante el mantenimiento de la actitud vigilante de la que te hablé de manera que te apercibas cada vez que te sorprendas realizando algún tipo de valoración. Por otro lado puedes practicar una vida sencilla, libre de preocupaciones y estrés. Otro camino es el desapego a las cosas y a las personas dejando que sean libres en su forma de pensar, de ser y de actuar, y con tu indefensión cuando recibas sus ataques... Todo esto requiere más o menos disciplina , voluntad y una gran dosis de humildad y comprensión por tu parte, que es la que te capacitará para comprender y perdonar a los demás; todo depende, claro está, de tu situación y capacidad personal. 

- ¡Pero eso que dices es el trabajo de toda una vida! 

- No digo que no. ¿Cuánto crees que he necesitado yo? No hay un tiempo ni un método específico para lograr ese cambio en uno. Cada cual tiene que encontrar sus propios métodos adaptados a su forma de ser y a sus condiciones de vida, pero sin preocuparnos, porque la preocupación misma nos aleja de la paz. Ten por seguro que una vez que en verdad quieras alcanzar la paz dentro de ti, los métodos para hacerlo se manifestarán ellos solos. 

- Defíneme finalmente a una persona libre – Dije. 

- ¡Difícil tarea! Si una persona libre pudiera calificarse de alguna manera se definiría así misma como indescriptible, pues su libertad la mantiene libre de definiciones de ninguna clase. La persona libre simplemente “ES”, pero aún así trataré de darte una ligera idea en unas cuantas palabras. Una persona libre, más allá de ser la que controla conscientemente sus pensamientos, es aquella otra que ha trascendido esa vigilia, y no necesita ya vigilarlos, pues todo pensamiento inmundo o trivial en ella ha cesado. Una persona libre es aquella que fuera de ninguna necesidad, cuando piensa consciéntemente, sólo puede crear pensamientos positivos y de paz. Una persona libre es aquella que ha asumido la realidad de lo que en verdad es: espíritu. Una persona libre es una persona feliz, segura, independiente, treméndamente capaz de amar, pero no como entiende la sociedad, que confunde amor con apego. 

Se produjo un largo silencio y luego Mohamed continuó diciendo. 

- Bueno... No sé cuanto tiempo me queda que vagar en la transición, pero por primera vez siento que mis días de pena se han acortado inmensamente. Pero puede que siga estando por aquí aún por algún tiempo más si tengo que cumplir con mil años de condena. No lo sé. En cualquier caso, me gustaría que cada vez que vuelvas a subir a esta roca para meditar, si deseas hablar sobre algo que te interese o que consideres importante, pienses en mí y entonces me manifestaré. El beneficio será mutuo. Con cada conocimiento que logre transmitirte una parte de mí conseguirá liberarse. 

Asentí con la cabeza. 

- Ahora debieras anotar todas estas cosas antes de que se te olviden, ¿no crees? ¿No tienes papel y bolígrafo en el coche? 

- Sí, voy a buscarlo. 

Me levanté y me dirigí hacia mi auto que estaba aparcado en la cuneta de la carretera, a 10 metros de mi espalda del lugar donde había permanecido sentado. Abrí la puerta, busqué en la guantera y cuando tenía todo me dispuse a volver junto a Mohamed. ¡Al levantar la vista advertí que no estaba! 

Anduve con paso apresurado hacia donde segundos antes habíamos estado conversando y miré abajo, hacia las piedras. Lo llamé por su nombre dos o tres veces. No respondió. Estaba aturdido y no comprendía nada. En mi intento por no volverme loco, bajé de la roca y me puse a buscarlo entre las grietas por si se había caído ¡Nada! Volví a subir, me senté, y después de despabilarme un poco de mi conmoción, empecé a anotar todo lo que recordaba de nuestra larga conversación. 



* * *



10. La voluntad de Mohamed sobre este libro 

Tardé tres días en volver a subir a la roca, temeroso de la experiencia anterior, pero no pude retener el impulso de verificar lo que me había sucedido, y de ser verdad, de no perder la oportunidad de saber más sobre muchos más temas. Pero una vez que me atreví, estas escapadas se convirtieron en una rutina diaria. Sentado sobre la roca, me concentraba en Mohamed y éste aparecía de inmediato. Entonces empezábamos a conversar largo y tendido hasta que empezaba a caer la noche. Luego Mohamed me decía que debía anotar para no olvidar; nos despedíamos, yo me introducía en el coche y para cuando miraba a la roca, Mohamed había desaparecido. Entonces anotaba en una hoja todos los puntos que recordaba sobre nuestra conversación de ese día, y por último en casa, los ordenaba y ampliaba. Esta dinámica se prolongó por algún tiempo, y aún ahora, después de haberme ausentado por algunos años de la Alpujarra, todavía cuando regreso y subo a la sierra, ahí está él, fiel a su hogar dispuesto a contarme historias y a darme lecciones. Aquí no hago mención de todos los temas que tratamos y que aún hoy día me sigue desvelando, porque entre otras cosas, Mohamed quiso que este libro tratara claro y conciso sobre la libertad. Para él era sin duda el tema más importante y el que quería transmitirme, pero algún día espero poder revelarte todo los demás en otros libros, si Dios quiere. 

Así nació este librito, pretendiendo ser una lección de humor sobre el origen de todos nuestros prejuicios, sobre todos los conceptos e ideas que normalmente guardamos celosamente dentro de nosotros sin atrevemos tan siquiera a ponerlos en entredicho; entre otras cosas porque, inconscientes, los hemos aprendido como aprenden los monos: imitando los patrones de conducta de las personas más inmediatas: nuestra familia, amigos, vecinos y entorno socio-cultural. Si fuéramos capaces de reírnos de ellos, y de cuestionarnos por qué pensamos de la manera que lo hacemos, veríamos cuan volubles son nuestras creencias y cómo se pueden desmoronar. Si fuéramos capaces de desprendernos, aunque sólo sea por instantes, de todos nuestros prejuicios, etiquetas y de toda esa multitud de pensamientos que laboramos al cabo del día, podríamos descubrir nuestra verdadera identidad, única e igual para todos nosotros. 

En nuestra inconsciencia de ser, casi todos estamos atrapados en nuestro papel de Pepe el Moro, sin saber que podemos elegir ser libres con nada más que apartar los juicios a un lado. No perderíamos nada, sólo nuestros propios juicios, y ganaríamos mucho más. 

La Alpujarra, mi Alpujarra, está muy bien como está. Su convivencia en paz es la mayor libertad que puede obtener. No necesita ninguna otra independencia porque ya es libre, y también es libre aquí en mi corazón.

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